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Testimonios

 

Aquí os contamos alguna de nuestras experiencias al salir a la calle a encontrarnos con otros para compartir un café, al encontrarnos con los niños del barrio de Pizarrales... al vivir este gran movimiento que es Molokai. ¿Te animas?

"Siempre me acordaré de Salamanca y de las tardes en la Ludoteca"

 

Mariana, Río de Janeiro
"Más allá de un simple café
 
Elisa , Salamanca

Toda la experiencia de haber sido voluntaria fue muy positiva. Mi primer contacto con Molokai fue después de haber participado de un curso de formación de voluntariado en la Universidad de Salamanca y conocer un poco sobre las instituciones en que se podría participar.

 

En el inicio estuvimos en una reunión para conocer las actividades de Molokai y desde ahí ver lo que cada uno se identificaba  más.

Pronto me encantó el proyectó Kaikit, en que tendría la oportunidad de estar con niños que necesitaban un poco más de cariño y atención.

 

La actividades eran realizadas en la Ludoteca, un espacio en que los niños podían disfrutar y, además, aprender. Por ejemplo, que se debe respetar a sus amigos y a los monitores y portarse bien para seguir jugando.

 

Yo salía de las clases en la facultad de Derecho para el barrio de Pizarrales con mucho ánimo, pues sabía que al mismo tiempo que nos niños podrían demandar trabajo, daban como recompensa muchas sonrisas.

 

Al final de cada día, nosotraos monitores nos reuníamos para repasar quien había estado presente, como se había desarrollado la actividad, los objetivos y otros comentarios, para mejor acompañar los niños en lo que habíamos hecho e íbamos a hacer.

 

Agradezco mucho por el aprendizaje que me han proporcionado los monitores y los niños, pues al mismo tiempo que estamos a enseñar, aprendemos muchísimo!

 

Fue una experiencia muy especial en mi intercambio haber sido voluntaria en Kaikit - Molokai.

 

Para siempre me acordaré de Salamanca y de las tardes en la Ludoteca. Vuelvo a Brasil segura de que quiero seguir a ser voluntaria y espero que el proyecto Kai Kit continúe a crear esta voluntad para que más gente pueda ayudar, ya que son tanto los que necesitan.

 

Mucho ánimo y hasta luego!

 

Un saludo desde el otro lado del océano Atlántico.

 

De Rio de Janeiro,

Mariana Bosco Santos.

Todo comenzó con un cartel sobre el cristal de una frutería cuando llamó mi atención: qué sería aquello que se hacía llamar molokai.

Una experiencia que va más allá de tomar un simple café con un desconocido, que es algo más que charlar con alguien que lo necesita o conseguir apaciguar su hambre… Es un crecimiento personal, es tener conciencia de dónde y cómo vivimos, es aprender a valorar lo esencial de nuestra existencia…

 

Aquel septiembre cuando decidí participar en el proyecto molokai no tenía apenas una idea de lo que sería afrontar la nueva manera de ver el mundo.

Aún recuerdo el nerviosismo, las mariposas en el estómago que no dejaban de revolotear mientras me dirigía a la casa del Padre Damián en mi primer día. La incertidumbre no conseguía alejarse: cómo nos tratarían, de qué conversaríamos, qué nos preguntarían… Y he de confesar que con cada nuevo acercamiento volvía a sentir las mismas mariposas…

 

A día de hoy intentando rememorarlo, no puedo dejar de pensar en la sensación de impotencia que todos y cada uno de los días me desgarraba. Qué habían hecho todas aquellas personas para tener que sufrir su destino. Y no me refiero a las duras condiciones de vivir en la calle, que también son importantes, sino en aquella indiferencia de la sociedad, en las duras miradas que le lanzaban – sí le lanzaban- como si de escoria se tratasen (miradas que yo también padecí cuando conversaba con ellos)…

 

Pero los momentos más duros llegaban cada noche al regresar a casa. Como antes de dormir, tumbada en mi cama pasaban todos sus nombres por mi cabeza: dónde y cómo estarían… Pero de vez en cuando una sonrisa asomaba entre mis labios pensando que quizás gracias a nosotros hoy alguien se hubiese dirigido a ellos y no solo para tirarle una moneda desde lo alto, y así intentar limpiar la mala conciencia.

No pretendo juzgar a nadie, entendedme bien, yo misma en esta experiencia he podido llegar a sentir mi egoísmo. Uno de los momentos que más regresan a mi memoria es una conversación en la puerta de una iglesia: me acerqué para sentarme junto a ella. Era diciembre, la noche estaba cerrada y la niebla de la meseta ya penetraba en los huesos. Durante toda la conversación solo podía pensar en el frío que me recorría todo el cuerpo al estar sentada en el gélido suelo. Y yo solo llevaba allí diez o doce minutos… cómo se sentiría ella al saber que aquel lugar sería lo que le esperaba durante toda la noche.  

 

En este punto no puede dejar de comentar la gran ilusión que me produjo conocer que una de ellas se había interesado por mí. Aunque os parezca una simpleza, para mí es importante. Después de un mes y solo habiendo compartido unos pocos minutos, me recordaba e incluso le preocupaba.

Y aquí me gustaría proponeros una reflexión: si para mí, una persona que se siente querida por su familia y amigos, es tan importante, cuán será para ellos, que quizás muchos se pasen el día sin apenas intercambiar alguna palabra, sin tener un gesto de afecto, sin sentir el contacto de la piel de otra persona…

 

Me alegro de que el destino hiciese que aquel día por casualidad viese aquel cartel, porque gracias al proyecto molokai he podido sentir como todas aquellas personas con las que he compartido un café, también con los compañeros, me han hecho conocer la realidad en la que vivimos. Y aquí me pregunto quién ha hecho el voluntariado con quién. Estoy segura que ellos me han aportado más de lo que yo le he podido ofrecerles.

 

De Salamanca,

Elisa Martín Romero

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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